¿Nueva política u oclocracia?

Según Polibio, el historiador griego del siglo II a. C. los imperios o estados pasan por una fase cíclica, casi natural que él llama anaciclosis. Son fases generadas por situaciones de orden político, social, cultural, ético y moral. Su característica general es que tienen un cierto orden y una duración en el tiempo. Como resultado de un genuino deseo de orden, paz y estabilidad el hombre establecido en la polis como ser sociable que es, produce primero formas de gobierno hasta cierto punto buenas y deseables, pero que con el paso del tiempo se van pervirtiendo porque en su seno mismo llevan cada una la semilla de su propio sucedáneo.

Por tanto, de la monarquía, ejercida de forma magnánima por el rey, se pasa a la tiranía cuando éste deja de ser guiado por los ideales de la moral y la justicia. De la tiranía se pasa a la aristocracia, cuando los mejores hombres abocados a tal situación y deseosos de restablecer la justicia, toman la decisión de deponer al rey. Pero aquí no termina todo y el movimiento cíclico continúa, pues con el tiempo los mejores hombres de nobles ideales también se corrompen y terminan por imponer ellos mismos la oligarquía. Ante esta nueva forma de degradación del poder, el pueblo ansioso de justicia y de cambio opta por forzar el establecimiento de la democracia. Esta forma de gobierno, por muy atractiva y benefactora que parezca, tampoco resulta ser la panacea y degenerará en la imposición y el establecimiento de la oclocracia, palabra griega que con su cacofonía parece anunciarnos ya una mala premonición, y cuyo significado simplemente es el asalto del poder por la plebe. Con la oclocracia por tanto, y quizá debido a un profujndo sentimiento de rabia, indignación y resentimiento, aparece finalmente la anarquía, así como la propagación y la imposición del imperio del caos. Ahora, aunque a simple vista pareciera que con esto termina todo, como en las comedias griegas, en el máximo momento de complicación de la acción dramática, aparece de repente un deux ex machina, que desanuda la acción y, según el análisis de Polibio, de las cenizas de esta nueva situación brotará como el ave fénix la única forma posible de salvación que es el resurgimiento de algún tipo de tiranía, pues sólo una mano dura podrá tener suficiente fuerza y poder para restablecer el orden.

Analizando esa situación y tomando en cuenta que lo que acabo de resumir fue escrito hace poco más de dos mil años, me da por pensar que como decía Salomón, nada hay nuevo bajo el sol. Pues tengo la sensación, al mirar a mi alrededor y contemplar el desarrollo de los acontecimientos en nuestra palestra política, que queriéndolo o no, hemos ido preparando y abonando el camino para el establecimiento de la oclocracia sobre esta vetusta y recia piel de toro. Proceso que se ha ido forjando y estableciendo en los últimos años, y ahora mismo se halla en pleno apogeo y a punto de lograr su momento álgido. He dicho política, pero quien dice política, también puede decir cultura o educación, pues pareciera que esta especie de sarampión oclocratico, debido, por supuesto, a la extensión de los largos tentáculos que el estamento político tiene, quisiera invadir los demás estratos de la vida social y cultural, arrasando  a su paso con todo lo tenga algun vestigio de orden, sensatez, inteligencia, trascendencia o sensibilidad.

Ahora, si esto es así, y la mayoría de las  instituciones están siendo de alguna manera asaltadas no ya por la plebe, sino por los nuevos bárbaros de que hablaba Ortega en Misión de la Universidad, esta invasión nos ha llegado en el momento en el que menos capacitados estamos para resistirla. Sí, porque son momentos en los que tanto la ética como la moral están de capa caída, y no son ya más que temas anticuados sin mucha relevancia en la vida social, más que el mero uso individual y partidista que de ellas hacen los políticos cuando hablan de cara a galería. Me parece pues, que ante esta situación lo que más deberíamos temer no es la forma de gobierno que por fin termine por instaurase sino, precisamente, ese profundo vacío que se ha abierto en nuestra sociedad y que hace referencia a la ética y a la moral. Sí, porque cuando los políticos, a consecuencia de las dramáticas situaciones que estamos viviendo como resultado del terrorismo islámico; o aparentemente preocupados por la corrupción que anida y campea a lo largo y ancho del estrato político del pais, hablan de valores, esto no es más que verborrea y demagogia envuelta en falaces argumentos. ¿Dónde están, si no, las virtudes de justicia, amistad y prudencia, además de la buena educación que Aristóteles demandaba de los políticos griegos como una plena garantía para el establecimiento del buen gobierno y de la concordia social? Por no mencionar las virtudes adoptadas a partir de la era cristiana por muchos gobernantes y que en ciertos momentos de la historia de Occidente, propiciaron el establecimiento de gobiernos y estados más justos y equitativos.

El simple y magnánimo deseo de restablecer la justicia y el orden y hacer que las cosas mejoren, no es suficiente para que por sí mismo produzca, como por arte de magia, el establecimiento del buen gobierno. Quizá tengamos, aunque no esté de moda y podamos parecer un poco carcas y anticuados, que volver a pensar y dar algo de importancia a lo que las mejores culturas han tomado siempre en serio como fundamento de su progreso y desarrollo: la ética y la moral.

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