Desesperanza

Un opaco color aciago se extiende como manto sobre la capa terrestre, y condiciona y predispone
los corazones a la melancolía y la desesperanza. Las mentes se embotan y aletargan, pero las
pasiones se exacerban y los ánimos se encienden. Todo mundo pretende tener una respuesta para
todo, pero nadie entiende lo que realmente sucede, ni tiene tiempo para meditar en el colosal
maremágnum que nos ha sobrevenido. Un cielo de plomo parece por fin afianzarse por sobre
nuestras confundidas y resignadas cabezas.
Es el momento aciago del apogeo de las ideologías, de la muerte de las ideas y la caducidad de los
altos ideales. Es el funesto momento del resquebrajamiento de la moral, la instauración definitiva de
la mentira, y el advenimiento de la posverdad. Es el final de la apresurada trayectoria emprendida,
no ha mucho tiempo, por el anhelado y perseguido, por el propugnado y debatido, el
fervorosamente vislumbrado progreso salvador. Aquel que, con el advenimiento del Racionalismo,
la Ilustración, la primera Revolución Industrial, la publicación del Origen de las Especies y el
apogeo de la fe en la ciencia y la tecnología, nos había prometido el descubrimiento final y el
hallazgo definitivo de la piedra filosofal y el elixir de la vida.
¿Es este el resultado final de la gran promesa postmoderna de la transvaloración de los valores, y la
destrucción de las grandes narrativas? Qué otra esperanza salvadora encontraremos a partir de
ahora, si ya hemos denostado y apostatado de la única que pudo sacarnos del derrumbamiento de
la antigua civilización y otorgarnos dos mil años de esplendor jamás conocido por ninguna otra
civilización. Con sus luces y sus sobras, por supuesto, porque somos humanos y no dioses, pero
produjo el advenimiento de la dignificación de la vida humana, fuera la de un niño, una mujer o un
esclavo, el progreso científico, el desarrollo y avance cultural, artístico e intelectual que desde los
presocráticos y los griegos del siglo V a. de C. , jamás había podido llegar a tales cumbres, el
desarrollo de la educación, la formulación y el establecimiento de los derechos humanos, el
desarrollo y fortalecimiento de la democracia, etc., etc.
¿No haríamos bien en reflexionar de nuevo, en las contundentes pero esperanzadoras y
transformadoras palabras del Mesías de Belén? “Yo soy el camino, la verdad y la vida.” Palabras
dirigidas a una sociedad caótica, desorientada, corrupta, desesperanzada y desesperada como la
nuestra